31 May
31May

En el otro lado de la plaza, junto a un muro con tres ventanas el guía nos examina con impaciencia cuando hasta que por fin deshacemos armonía esa coreografía preciosa y aterrizamos cerca de él. Echa una mirada a las ventanas, como si quisiera comprobar que siguen ahí, antes de volver a clavar sus ojos en nosotros.

— Bueno, ¿ya han acabado con su ceremonia ridícula? ¿Sí?

A pesar de la seriedad de su cara, estallamos en risas. Por un momento, una eternidad, éramos parte del universo, éramos sabios e iluminados, éramos más humanos. Éramos uno, pero ahora... ¿Qué era lo que acaba de pasar? ¿Qué hicimos? ¿En qué pensamos?

El guía deja pasar un minuto entero antes de rescatarnos y seguir con su relato:

—Pues bien, volvemos a las cosas que pasaron de verdad. ¿Ven? Esta habitación, la de las Tres Ventanas, es la tercera construcción clave de este lugar. Lo que les rodea, es importante. Es la representación simbólica del legendario lugar llamado Tampu-Tocco. ¿Han oído sobre Tampu-Tocco, verdad?

Asentimos mintiendo mientras nuestros cuerpos se acomodan, estrechando el círculo a su alrededor. Un esplendor se enciende por primera vez en sus ojos oscuros y quizá, puede ser, me parece, que esta mueca tímida asomándose en sus labios agrietados y descoloridos, es un boceto de la sonrisa que delata su incipiente alegría. No somos ignorantes del todo.

— Hiram Bingham, el investigador que encontró este lugar en 1911, conocía la leyenda y sin embargo, no estaba buscando Tampu-Tocco cuando puso en marcha su primera expedición. Solo después llegó a la conclusión de que esto era en realidad la perdida capital provisional del Incanato. La razón principal para creer que estamos en la legendaria Tampu-Tocco es la pista de las tres ventanas. No debería asombrarles que un lugar llegara a ser admirado por sus ventanas, dado que ninguna casa en Cusco, desde la más humilde hasta la más estupenda, poseía ventanas. ¡Ninguna! Es más, una construcción con tres ventanas no se ha visto en otra parte del antiguo Perú. Por tanto, su fama sólo podía ser como resultado de su singularidad, antigüedad o santidad. Esto es lo que sucedía con Tampu-Tocco. Se sabía que había un edificio en algún lugar del país con tres ventanas que fue esencial en la aparición de las tribus y en el inicio del antiguo imperio en Perú. ¿Me están escuchando? ¡Tampu-Tocco es el lugar de nacimiento del primer Inca! Los Incas salieron a través de estas ventanas el día de la creación.

Mantengo los ojos en él para evaluar bien sus palabras, que ahora sí albergan la pasión y el entusiasmo pertinentes, y solo entonces desvío la mirada hacia las ventanas, que dan a otras edificaciones, a las montañas oscuras y al cielo, vislumbro al primer Inca, de melena larga azabache, de ojos caoba y piel tostada, saliendo de una de estas ventanas, tiene que ser la del medio, en vez de salir del útero de una mujer, con un pie primero, luego la cabeza y el resto del cuerpo, un hombre vestido del todo y armado hasta los dientes, en vez de salir de cabeza, desnudo e indefenso. La visión, el mensaje que transmite la leyenda me parece monstruosa, y a la vez fascinante.

Otro recordatorio de lo que somos. De que también somos así.

Espero más imágenes poderosas mientras paseamos entre los muros y las ruinas, las plazas y los templos que estructuran la ciudad, pero mi imaginación va apagándose poco a poco. Nuestro grupo se encuentra solo varias veces, la muchedumbre queda lejos, en otro rincón, en otro rectángulo sagrado, justo saliendo o entrando cuando nosotros ya continuamos tras las explicaciones cada vez más apasionadas del guía sobre el clásico estilo arquitectónico inca con sus paredes finamente pulidas, sus juntas perfectas entre los bloques sin argamasa encajados como las piezas de un puzle y esa ligera inclinación haciendo el interior. ¿Lo ven?

Llegamos a las Fuentes Litúrgicas, ¿dónde están los pájaros?, admiramos el Mausoleo Real y el Palacio de la Ñusta, miramos el Foso Seco, el sol traza formas extrañas en el suelo, en los muros, en las espaldas de la gente, rastreamos en las cárceles y exploramos en el Barrio de las tres Portadas Idénticas, por momentos los pedruscos y los cerros parecen haber tomado formas animales, y entonces paramos delante de la Roca Sagrada que imita a la perfección la forma curvilínea de Yanantin, la montaña que hay justo detrás de ella.

El guía nos insta a parar una y otra vez, tomar nuestro tiempo y mirar todo con atención, pero mirar bien no es fácil. Hay que observar con detenimiento, nos lo exige el arte, nos lo recomienda la filosofía y nos lo demuestra la literatura, porque después de un rato lo que ves ya no es para nada lo que creías haber visto al principio. Mirar con detenimiento a cualquier persona, lugar u objeto los convierte en algo especial. La mirada es transformadora y creadora a la vez; cambias la manera y cambia lo que estás mirando. Esto es lo cuántico.

La teoría está muy bien, sí, me la sé, pero no garantiza que las cosas sucedan.

Me quedo mirando la Roca Sagrada. Obstinada. Su cuerpo robusto, gris, amorfo. Miro con esmero, me esfuerzo, pero no veo la imagen de un Inca meditando y rezando delante de ella, ni una silueta deslumbrante de algún dios o alguna diosa, ni noto el calor entrar por mis manos colocadas en su piel. Nada. Solo es una roca enorme y desconocida.

Necesito descansar.

— Bueno, hasta aquí llega la parte guiada para ustedes — dice el guía que ha recuperado su tono de voz pánfilo. Parece estar cansado de nosotros —. ¿Alguna pregunta interesante que hacerme?

— ¿Cuántos años lleva trabajando de guía en Machu Picchu?

La pregunta sale de la boca perfecta del joven de camiseta blanca.

— Perdóneme, no me he explicado bien. He dicho preguntas interesantes.

El hombre impasible clava sus ojos en él mientras la mujer pelirroja y yo volvemos a reírnos; ya ni intentamos disimular lo cómico que nos resulta. Con la sonrisa aun bailando en mi boca, le digo que no nos ha hablado nada de los Apus. Más que una respuesta espero recibir otra contestación sarcástica, pero no. El guía nos sorprende de nuevo.

— ¿Qué quiere saber de los Apus?

¿Qué quiero saber? ¡Todo! O quizá no todo, no por ahora, sino lo importante, lo esencial, le digo y él hace una señal hacia la cordillera que nos rodea. Volvemos las caras hacia las cumbres cercanas, lejanas, verdes, pardas, azuladas, que siguen pareciéndonos nuevas, desconocidas, imponentes.

— La comprensión que poseían los Incas en cuanto a la relación entre el hombre y la naturaleza se vio reflejada en las creencias mágico-religiosas que explicaban su razón de ser en este mundo. Los chamanes dicen que las montañas nos conceden una visión sagrada — dice el guía con un deje de melancolía en su voz —. Mientras nosotros observamos una hermosa cumbre, tras esa belleza natural un Apu desea ser saludado, reconocido, respetado. Apukuna en quechua significa montañas, de ahí viene la palabra Apu. Sin embargo, no todas las montañas son consideradas Apus, sino solo aquellas que evocan un intenso sentimiento de lo sagrado. Son lugares místicos.

Machu Picchu es el corazón palpitante de toda la región. Aquí, dice, solo con llegar y pasear, se han experimentado aperturas energéticas muy potentes, iniciaciones en distintos niveles de conciencia que dan vértigo. ¿Lo hemos notado? A veces se necesitan unos días, hasta semanas, ya que la carga recibida puede ser demasiado grande para algunos cuerpos. Otros, los que temen, lo que no creen, los que andan atrancados por la vida, bloquean la energía vital de lleno y no advierten ningún cambio relevante en su cuerpo.

— Pero se dice que los Apus hablaban con los Incas. ¿Cómo? — pregunta la mujer pelirroja acercándose al guía que le mira con agrado —.

— Los Apus no hablan. No usan palabras. Hay que sentirlos. Sentirlos de verdad, y entonces sabes lo que te están diciendo.

Le miro en silencio. Le miro sorprendida, desconcertada; le miro con alegría. ¿No era justo esto lo que estaba haciendo en el mirador con los brazos abiertos y los ojos cerrados? Ese sentir, esa melodía sanadora que resonó en mí no pudo ser otra cosa. 

¿Acaso no estaba yo, la atea europea, hablando con los Apus?

El guía, ajeno a mis sensaciones y descubrimientos estremecedores, mira el reloj, nos recuerda que tenemos una hora antes de la salida del autobús de vuelta, y se despide sin más palabras. Es lo que pasa en los viajes, te encuentras con personas, muchas interesantes, algunas te marcan, pocas lo hacen con profundidad, en otras dejas huellas tú y… no las vuelves a ver jamás. La mujer pelirroja y el hombre mayor con gafas de intelectual se quejan del cansancio y del hambre. Hay un restaurante en la entrada, dicen, pero yo no puedo irme de aquí. No, todavía no. Como quieras, me contestan con descuido y se dirigen a paso ligero hacia la salida. El chico de camiseta blanca se aleja sin explicaciones en dirección contraria, hacia la Plaza Central.

Y entonces me quedo sola.

El cielo sigue con pocas nubes y con millones de rayos de sol cuando me siento en la hierba recién cortada en la esquina sureste de la ciudadela. A unos cien metros se encuentra un grupo de cinco jóvenes, echados boca arriba, a la izquierda se queda la ciudad cada vez menos concurrida y a la derecha, detrás y delante de mis ojos se extiende un paisaje impresionante.

Montañas y montañas y más montañas.

Respiro hondo, cierro los ojos y trato de sentir. Hablar con los Apus. Les pido poder volver algún día, les pido lo mismo para todos mis amores, mi familia, mi gente. Tienen que verlo y vivirlo, tienen que experimentar lo que yo estoy sintiendo para saber, para poder comprender de qué estoy hablando cuando vuelva a casa, les mire a los ojos, les abrace fuerte y les diga sonriendo: “Soy amor”. Sí, amor. Que soy las estrellas. Que hay un universo entero en mí. Que oigo la hierba no solo crecer sino cantar también.

Y también que quiero saber cómo soy yo sin él.

Sin Om.

Yo sin él.

Sonrío imaginando sus caras ante estas declaraciones. Sonrío en mi bienestar completo, profundo, eterno. No hay miedo pero sí un escalofrío. Una especie de escalofrío amoroso.

Los viajes deben conducirte a un lugar mejor en tu camino hacia un conocimiento más elevado. Lo sé, lo he sabido desde siempre. Y este viaje lo ha hecho, lo ha cambiado todo. Perú es un extraño, inesperado y mágico giro en una vida que parece perfecta, perfilada, establecida y sólida. Este lugar es una transición, un refugio temporal con consecuencias definitivas.

Es lo que quise, lo que deseé, lo que pedí.

Esto es.

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