Acabo de descubrir el Diccionario de Vila-Matas. Una página absolutamente innecesaria y por lo tanto, fascinante.
Pasé media hora en ella, letra tras letra, obsesión tras obsesión, disfrutando, sonriendo, ronroneando. Todo me sonaba, todo lo había registrado como algo propio del autor y ahora, como su admiradora, también mío. Hasta que llegué a la letra G.
Estaba en blanco. Ni una palabra ni nombre ni nada. Vacío. Me pareció un error así que volví a cargar la página. Nada.
¿Cómo es posible?
G tiene, como mínimo, una entrada importante.
Y lo digo porque esta mañana, cuando me fui a pasear con mi hijo de siete meses al parque tras exigirlo él con insistencia, no aguantaba ni un minuto más en nuestra casa, – y no porque yo como autora, escritora y ensayista necesitara pensar en la próxima gran idea mientras daba mi paseo matutino, no como lo hubiera hecho el propio Vila-Matas con su sombrero azul imaginario –, hablé un rato con una amiga íntima sobre la importancia de escuchar la voz del otro, de la otra, y a la vez mandar a Cuenca los vacíos y concisos mensajes de Whatsapp.
Recordándolo ahora me arrastra otra duda enorme, otro error en el Gran Diccionario: ¿por qué no existe una entrada en la letra V con la palabra "voz"?
Vila-Matas habla de la voz constantemente. En El mal de Montanto habla de "voces de personas deconocidas que cuentan, allá en lo alto del Matz, en un gran clima de altura, los secretos del mundo". ¡Los secretos del mundo! Por no hablar de las últimas páginas sublimes del Mac y su contratiempo dedicadas a todas esas voces.
Y no solo eso. Han pasado cuatro días desde que pensé en la voz preparando un curso sobre la autoficción donde me inventé, con clara influencia de Vila-Matas, la fórmula Mathison. Ésta describe y estructura ese placer de entrelazar conocimientos previos con otros frescos para llegar a saberes nuevos, más profundos y hasta a descifrar enigmas.
Y desde entonces está siendo un no-parar: diferentes personas me hablan de la voz en distintos contextos, en su sentido literal y en su sentido metafórico, y yo no paro de tomar notas mentales, construyendo laberintos en la pizarra de mi oficina que después me toca descifrar.
Lo de mi amiga esta mañana ha sido la guinda. "Es muy importante escuchar la voz," me dijo la muy sabia, y otra línea imaginaria en la tabla de la fórmula Mathison fue dibujada.
Después de la llamada, con una sensación de añoranza y gratitud, me senté a leer a nuestro autor.
"Por la noche en Granada cené con unos amigos y hablamos, largo y tendido, del pico de Mulhacén, donde dice la leyenda que fue enterrado el último monarca nazarita, que desde esa magnifica vista podía dominar los crestones afilados de la Alcazaba y el Veleta, los pueblos blancos de las Alpujarras, las vegas junto al desierto de Guadiz y, por supuesto, la Alhambra y las suaves lomas de Sierra Nevada elevándose como de la nada."
Mi amiga vive en Granada. Yo lo hice hace muy poco.
Y Vila-Matas, si no viviese en Barcelona tampoco viviría en Granada, es verdad, pero escribe sobre ella como si lo hubiera hecho. La describe con la misma ternura que me invade cuando oigo su nombre. El de Granada, digo.
Es más, Ángel Ganivet, el conocido escritor granaíno, fue autor de autoficción (si es que existe tal cosa en versión pura) igual que Vila-Matas. Éste no le cita nunca. Seguramente por desconocer su pericia en el género en cuestión. Hay poca gente que sabe lo de la autoficción de Ganivet - Francisco Ernesto Puertas Moya y yo -, pero eso no le quita peso.
La G de este brillante y original diccionario no puede quedarse en blanco. Es la letra de una de mis ciudades. Y no se lo perdonaría.