"Y tú, ¿cuándo?"
Esta pregunta me ha molestado siempre. La gente la suelta así, sin más, como si todo el mundo supiese de qué hablamos, como si no hiciese falta explicar el qué tras ese cuándo. Y efectivamente, no hace falta, pero justo por eso me molesta. Mucho. Ahora, con mi hijo en los brazos y después del intercambio de cumplidos y afirmaciones de rigor sobre lo bello que es, lo primero que se me pasa por la cabeza es preguntarles a la gente sin hijos: "Y tú, ¿cuándo?"
¿Qué demonios me pasa?
Conozco cómo funciona la mente y he aprendido unos cuantos trucos para esquivar reacciones automáticas. Una de las mejores es parar y no decir lo primero que se te ocurre sino lo siguiente. O todavía mejor, lo tercero que pasa por ahí. ¡Es impresionante la cantidad de frases vacías y dichos de otra gente que utilizamos como nuestras! Sé que reproducimos comportamientos que hemos visto repetidas veces aunque seamos conscientes de su insensatez o peor aún, de su injusticia. Están normalizadas, lo que no significa que las hemos tragado sin digerir. Pero las fuerzas del hábito y de la ignorancia son abrumadoras.
El tema, sin embargo, es que aprendes el truco, eso sí, pero el mecanismo sigue su marcha. Por eso pude morderme la lengua antes de soltar semejante estupidez al vasto universo, pero la estupidez ya estaba. Y como soy parte del universo, de hecho soy el universo, mi acto heroico no sirvió de mucho.
Sabiendo todo esto me encuentro con la pregunta de "y tú, ¿cuándo?" dentro de mi cabeza. Da miedo, lo sé.
Me asombra el abismo que bosteza entre la teoría y la práctica, pero vamos por partes.
Primero, ¿por qué hacemos preguntas estupidas? Porque no conocemos a los seres humanos, y menos a una misma.
Y, ¿por qué no nos conocemos? Porque somos superficiales y aburridos.
Y, ¿por qué somos superficiales y aburridos? Porque no somos conscientes de casi de nada.
Y, ¿por qué no somos conscientes? Porque no dominamos el arte de preguntar.
Punto. He aquí una de las dudas filosóficas-existenciales-espirituales más lóngevas resuelta en cuatro pasos. De nada.
Así que no exagero cuando afirmo que todo gira alrededor del arte de hacer preguntas. Buenas preguntas, preguntas correctas. Lo sabía Sócrates, el padre de la ética occidental. Es decir, la nuestra. ¿Os acordáis? Y fue hace casi dos milenios y medio. Entonces, queridos y queridas, ¿qué pasó? Puedo entender que antes de Sócrates la gente viviese de manera equivocada dando más importancia a las respuestas, pero ¿hoy? ¿Después de todo lo que nos enseñaron él, Platón y algunos más?
O bueno, si no les suenan estos dos, también alguien más actual como Elizabeth Gilbert ha tocado el tema. La autora de "Come, reza, ama", un best-seller internacional. Muchas mujeres le reprocharon que ellas también fueran a Italia y a Bali y a un ashram, pero no les pasó nada maravilloso. Su vida no cambió, o no lo suficiente al menos. Siguen desgraciadas, y encima con menos dinero. No fue una lectora indignada ni dos, ¡fueron cientos! Así que Gilbert, cansada y muy espiritual, dijo en una presentación de libro a una de sus acólitas: "No vivas las mismas experiencias que yo para cambiar de vida sino hazte las mismas preguntas". La sala se quedó en silencio. ¿Qué? ¿Qué preguntas? No habían entendido nada. Con lo fácil que era comer, rezar y amar.
Sí, así está el patio.
Porque la gente no se plantea preguntas correctas antes de decidir o hacer o solo soñar cualquier cosa. Preguntan cuándo quieren tener hijos en vez de preguntarse qué les apasiona, porque igual descubren que no es la maternidad precisamente. Preguntan dónde ir de vacaciones cuando deberían preguntarse cómo se quieren sentir, porque puede que destapen su profunda infelicidad diaria en alguna isla de la Polinesia. Preguntan qué deberían estudiar para encontrar trabajo en vez de preguntarse qué harían si no tuviesen miedo, porque puede que si lo hicieran su vida sería un camino apasionante.
Y ¿las respuestas? Podríamos darle la vuelta a este asunto de preguntas superficiales y aburridas, y contestarlas de manera interesante. Quién sabe, igual empezamos una revolución mundial o algo. No estoy hablando de gran cosa. Solo que a una pregunta de siempre tu respuesta sea diferente, pero verdadera. Por ejemplo, si alguien te pregunta a qué te dedicas, tú contestas: "Estoy sanando mi linaje femenino" o "Pues yo llevo ya varios años resolviendo unos temas heredados de mis abuelos, con la esperanza de no transferirlos a mi bebé solo modificados levemente por mis infructuosos intentos de transmutar mi herencia emocional", y luego esbozas una sonrisa de complicidad. Les aseguro que de aquí adelante solo cosas interesantes pueden pasar. No digo mejores ni iluminadoras, solo digo que serán interesantes.