31 Jan
31Jan

Hace cinco días terminé mi última novela y desde entonces, como cada mañana los dos últimos años, me siento delante del ordenador. Solo que ahora ya no sé qué hacer. 

A ver, es un decir. 

Sé que podría limpiar. Una mujer dice que no sabe qué hacer y le recomiendan limpiar.  También sé que podría arreglar armarios, quitar polvo o fregar, y hace poco me enteré que se puede hacer de manera espiritual. Al parecer existen ejercicios de concentración para la gente que - equivocadamente, claro está - piensa que las tareas domésticas son demasiada mundanas y le resta espiritualidad a su vida. No, no es así. Somos espirituales, no guarros.

Y puedes ser muy espiritual fregando platos convirtiéndolo en una especie de meditación. Coges el primer plato, te dicen, lo enjuagas con agua y empiezas a fregar siendo a la vez muy consciente de los movimientos de tus manos. Tu mente, que antes iba por derroteros peligrosos y hostiles tipo "por qué tengo que hacerlo todo yo en esta casa" o "las cosas interesantes que me estoy perdiendo por hacer algo tan aburrido", ahora está contigo en la cocina y presta atención al acto de fregar. Tú ahora sabes que estás fregando, y este saber no te convierte en una persona fregando platos sino en un ser espiritual.  

Se dice, se comenta, se rumorea que mirándolo así limpiar la casa es otra cosa. No es verdad. Una vez lo probé y me seguía pareciendo la mar de tedioso. Así que no, tampoco hoy voy a limpiar. 

También me recomiendan disfrutar más de mi hijo como si no lo hiciese ya. ¿Qué tipo de madre la gente piensa que soy? 

Hoy, mientras estaba disfrutando de mi hijo que jugaba tan plácidamente solito en su manta, se me ocurrió que en casi todos los momentos de nuestra vida pasan más cosas que creemos que pasan. Y no estoy hablando de otros lugares, que es obvio, sino del lugar donde nos encontramos. Pasan muchas más cosas cuando estamos contra todo pronóstico fregando platos y será lo que recordaremos porque es banal y ese tipo de detalles se quedan grabados. O porque somos espirituales y es lo único a lo que hemos prestado atención. O estamos mirando cómo nuestro hijo trata de entrelazar sus manos y no hay manera. 

En esos momentos de aparente trivialidad hay algo cruzándose en la realidad subterránea de lo cual no somos concientes hasta mucho más tarde. Un tren que pasa y nos recuerda el placer de viajar, pero no sabemos que tenemos este recuerdo en el momento, pero puede que dentro de nosotros comience a crecer una semilla de, no sé, por ejemplo un cambio de vida. Luego un gato que duerme nos recuerda a otros gatos en otra vida que hace una semana eran La Vida y no obstante, ahora resulta lejana. Puede que echar de menos a otros gatos, aunque sea de manera inconsciente o igual por eso, despierte algo en ti que dentro de unos meses, o quizá años, dé sus frutos y te haga volver ahí. O emprender un camino nuevo. Y todo sin ser consciente de esas semillas dejadas por un tren y por un gato mientras estabas lavando los platos.

No estoy segura de si todo esto me inquieta o al revés, me alivia. 

Tampoco estoy segura de por qué siendo SERES humanos, y no HACERES humanos, la ausencia de obligaciones urgentes me deja titubeante. 

A ver, es un decir. 

Sé por qué pasa, se llama capitalismo cognitivo, pero de esto hablaré otro día.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO