14 Apr
14Apr

Esta semana han pasado cosas extrañas, extrañísimas. 

El lunes olvidé ir a mi clase de yoga. No las llaves de casa o tirar la basura, no, ¡una clase entera de yoga! 

Estaba en shock. Eso no me ha pasado nunca, ni siquiera sospechaba que podría ocurrir. 

Menos mal, pensé ya en la cena, que no he olvidado el cumpleaños de mi íntima amiga y le envié unos mensajes para felicitarla a las nueve de la noche. Yo nunca fallo en eso. Los cumpleaños son mi tema. Me acuerdo de las fechas como nadie. Años más tarde y con gente ya lejos de mi vida, yo solo mirando el calendario veo fechas como los cumpleaños de mis amigos se marcaran en rojo para siempre. 

Media hora más tarde, mi amiga me contesta diciendo que su cumpleaños es el miércoles. 

...

El martes fui al dentista. Y fui encantada. Disfrutando del sol de Dos Hermanas que ya quema como mil demonios mientras caminaba hacia la consulta. ¡Increíble! Si no lo vivo, no me lo creo. Odio ir al dentista. Todo el mundo lo odia porque te dicen que no duele, y es verdad, no duele. Pero produce escalofríos permanentes por esos instrumentos estilizados metálicos con nombres acordes a sus ruidos irritantes tipo "mosquito", osteotomo o espátula zinquenol. Es desagradable.

Grrr.

Solo cuando el odontólogo en cuestión ya llevaba cuarenta minutos torturándome en esa silla articulada brillante empecé a echar de menos los llantos de mi hijo. ¡Cuarenta minutos!

...

El miércoles sí recordé mi hora para ir a yoga. Y allí me planté  siete minutos antes del comienzo, loca de contenta por haber recuperado la cordura y la memoria. Apenas me crucé con gente por la calle. Eran señales. Era Semana Santa, ¡por la Virgen de Valme! Pero como no soy creyente ni católica no supe leerlas y seguí adelante. 

La puerta de la escuela estaba cerrada, la clase se había cancelado. Y en ese momento según agachaba la cabeza fruto del desasosiego repentino, observo unas extrañas costuras donde no debía haberlas. Me había puesto la camiseta al revés. 

¡No me lo podía creer! Estas cosas les pasan a las demás. Siempre. ¿No?

P.D. Por la noche, ya con todo más o menos digerido, se lo cuento a mi pareja quien se solidariza con mi cotidiana causa y concluyo: "Tú y yo somos como el señor y la señora Bean." 

Me mira un rato serio, niega con la cabeza y me contesta convencido: "No. Tú eres como la señora Bean. Yo soy más bien como Albert Einstein."

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